Todos los días por estas fechas empieza el mismo debate, ¿Le queda algo por reivindicar al movimiento LGTB? ¿Hay algo más allá de la fiesta de cabalgatas y disfraces que vemos en las noticias? He de reconocer que la idea de este título se me vino a la cabeza hace ya algún tiempo, antes incluso de plantearme escribir sobre ello e investigar si, realmente, es tan complicado ver una celebración de la diversidad como es el conocido “Orgullo”, en algún pueblo o zona rural.
Breve historia del día del Orgullo
Al igual que pasa con muchas celebraciones y “días de”, las celebramos (o rechazamos) sin realmente saber de dónde viene, qué se celebra y por qué. Dejadme que intente en primer lugar, responder a esas cuestiones.
El 28 de junio de 1969, la policía de Nueva York hizo una redada en el bar Stonewall Inn, local de ambiente homosexual de la ciudad. No era la primera vez que la policía irrumpía en un bar, de hecho, durante los años anteriores rara era la noche en la que no se llevaban detenida a gran parte de la clientela. Tampoco había sido la primera vez que esto ocurría en el propio local, por lo que las personas que se encontraban allí en el momento, decidieron encerrarse durante esa noche y resistir así al abuso policial al que llevaban tanto tiempo sometidas. Mientras tanto, más vecinos y vecinas del barrio donde se encontraba el local, se fueron reuniendo alrededor del dispositivo policial, algunos atraídos por el escándalo que se formaba, otros atraídos porque apoyaban al colectivo que estaba siendo acosado en el momento.
Cuando la policía consiguió sacar a una parte de la clientela del bar, la violencia con la que les trataban, hizo reaccionar a todas las personas espectadoras y comenzaron a rebelarse contra el abuso que sus vecinos y amigos estaban recibiendo. La respuesta fue tan numerosa, que la policía terminó abandonando el lugar, comenzando así los llamados “Disturbios de Stonewall”. La reunión durante varias noches siguientes de gran parte de la población LGTBIQ+ de la ciudad y sus allegados a las puertas del bar de forma pacífica, provocó respuesta policíaca, convirtiéndose cada noche en más numerosa la reunión. Así llegó a convertirse en la primera gran manifestación en defensa de este colectivo en el mundo. Desde entonces, año tras año se ha ido conmemorando este suceso a lo largo de todo el planeta, pero sobre todo en las grandes ciudades.
Diferencias del colectivo LGTBIQ+ en ciudades y pueblos: papel de las instituciones públicas
Y es que, precisamente es en las grandes ciudades donde nos encontramos con un mayor apoyo tanto institucional como social al colectivo, en cambio, si miramos hacia las zonas rurales, es muy difícil encontrarnos con tales apoyos. Es verdad que vemos con cada vez mayor frecuencia como un Ayuntamiento rural, un colegio de un pueblo, alguna asociación, festejan el día de la mujer, el día de la música, día del padre o de la madre, día de las personas mayores, o cualquier otra conmemoración más o menos tradicional; pero cuesta mucho ver una mínima respuesta ante una celebración como es la de la libertad sexual. Cabe recordar que el Estatuto de Autonomía de Andalucía recoge expresamente en su artículo 35, el derecho a que se respete “la orientación sexual y la identidad de género de todas las personas, instando incluso a los poderes públicos a que promuevan políticas que garanticen el ejercicio de este derecho”. La consecuencia inmediata de esta declaración no es ni más ni menos el respeto y protección del derecho por cada uno de los organismos que forman parte de la Administración Pública.
Sin embargo, en 2017, a muchas personas les sigue resultando difícil vivir su sexualidad plenamente en los pueblos que les han visto crecer que en cualquier otro lugar, principalmente por la falta de apoyo sentida o por la mentalidad un tanto retrógrada que tradicionalmente se achaca a los entornos más rurales. El éxodo rural es así mucho más acusado dentro de la comunidad LGTBIQ+ rural ya que además de las razones que provocan la despoblación en general, se le suma una bastante relevante: la discriminación o miedo al rechazo.
No podemos negar que las zonas rurales siempre han sido un terreno hostil en lo que a ruptura con la tradición se refiere y, en consecuencia, con la gestión de la diversidad. En un lugar pequeño, donde todas las personas se conocen, una persona LGTBIQ+ probablemente sea más señalada, por lo que buscará siempre retraerse e intentar vivir en un segundo plano de la vida social del pueblo, o al menos hasta que termine huyendo a la ciudad, donde es más probable que encuentre esa tolerancia y sociabilidad que el anonimato le va a permitir. De hecho, vemos con relativa frecuencia como los roles tradicionales de género asociados a las parejas heterosexuales e incluso a temas de gran arraigo como la religiosidad son a menudo adoptados por los individuos del colectivo como forma, también respetable, de integración en la comunidad que les rodea. El problema estriba en que la orientación sexual pasa a formar parte de un segundo plano y se crea una tolerancia tácita, nunca explícita. En otras palabras, debido a la cercanía y las relaciones personales más directas y humanas entre los habitantes de los pueblos (en rasgos generales), la tolerancia no se centra en la diversidad sexual sino en el vínculo personal con la persona ignorando una parte importante de su ser como es su orientación sexual.
Al contrario que en las zonas rurales, El movimiento LGTBIQ+ cobra poder en grandes ciudades por la colectividad; son los individuos como parte de una comunidad los que se unen para reivindicar sus derechos como minoría social. Por romper una lanza sobre la situación de los vecinos y vecinas LGTBIQ+ de las zonas rurales, éstos desgraciadamente no se encuentran arropados por un grupo, ni pueden disfrutar de espacios seguros como El Castro en San Francisco o Chueca en Madrid, son personas cuya lucha puede llegar a ser muy solitaria.
Papel de las instituciones públicas y Orgullo rural
Bajo mi punto de vista, mientras que en las ciudades la conquista de derechos de diversidad sexual ha nacido siempre de la iniciativa de las asociaciones y población LGTBIQ+, en los entornos menos urbanos dicha iniciativa nace y debe serlo así de manos de las instituciones públicas. Al no tener ese espacio seguro dentro de su comunidad, necesitamos que las instituciones se conviertan en un sitio donde se vean representados y protegidos. Parece una nimiedad que un ayuntamiento ponga una bandera arcoíris el día del Orgullo, pero creedme que ese mero símbolo puede significar mucho para una persona que se siente excluida y diferente. Del mismo modo, no nos podemos olvidar del papel ejemplarizante que deben tener las Administraciones Públicas, por lo que el resto de vecinos y vecinas reflexionarán sobre el tema y se creará un debate que enriquecerá sus puntos de pintas, con suerte, en pro de una mayor tolerancia.
Con respecto a la sociedad, también tenemos en nuestra mano el poder aumentar el apoyo al colectivo. Cada vez la población rural está más sensibilizada con la causa y parece que poco a poco van apareciendo asociaciones y demás colectivos de carácter LGTBIQ+, como es el caso de la Asociación DELTA, los encargados de organizar desde los últimos cuatro años el “Orgullo Serrano de Cádiz”, consiguiendo que gran parte de los pueblos de la Sierra de Cádiz, se unan a esta celebración reivindicativa.
Pero también tenemos algunos ejemplos más cercanos a Almanatura, como el de un pueblo de la Sierra de Aracena. El año pasado gracias a la declaración institucional y compromiso del Ayuntamiento de Cortelazor la Real (Huelva), dicho municipio se convirtió en el primero de la provincia declarado “libre de homofobia”. En tales actos no solo participaron los empleados y empleadas del ayuntamiento sino una asociación local y los propios vecinos. De hecho, su ejemplo ha producido que otros tres municipios costeros de la provincia se adhieran al manifiesto y formen parte de la Red de Municipios Orgullosos.
En conclusión, la actuación de este pueblo de 300 habitantes ha demostrado la posibilidad de que lo rural sea también un entorno tolerante y atractivo además de desmontar prejuicios y servir como agente de cambio de la imagen en el conjunto del país. Sin duda, gracias a ejemplos como estos, el cambio se da porque el respeto a la diversidad sexual ya no es necesariamente patrimonio de las ciudades.