Desde siempre las administraciones públicas se han dedicado a diseñar e implantar diferentes políticas, planes y programas para mejorar la vida de la población, empeño al que hace un tiempo también se unieron diferentes entidades sociales, como asociaciones y ONG, y más recientemente las empresas a través del auge de la Responsabilidad Social Corporativa. Pero a pesar de tener tantos benefactores de la población y el medio, el desempleo sigue siendo acuciante, el fracaso escolar aumenta, la violencia de género no disminuye, el cambio climático lo vamos sintiendo cada año más y más. En definitiva, parece que las intervenciones de tales actores no terminan de cuajar y plantear soluciones efectivas y duraderas a las problemáticas sociales y ambientales a las que nos enfrentamos día a día. Si bien es cierto que no es un trabajo fácil, y tenemos buena prueba de ello, y cuando se consiguen resultados nunca parecen ser suficientes para cambiar esa realidad que queremos mejorar.
Pero entonces, ¿cómo podemos saber si un programa, política o proyecto funciona?, ¿cómo podemos planificar mejores acciones futuras partiendo de acciones presentes y pasadas? A través de una tarea nada sencilla pero si muy efectiva, la evaluación de impacto.
Es muy común ver cómo cuando finaliza la aplicación de una política, o un programa o proyecto, la evaluación que se lleva a cabo de la misma se suele basar simplemente en una contabilización de inputs (o entradas), que serían los recursos empleados para la ejecución de la acción; así como de outputs (o salidas), que se basa básicamente en determinar cuánta participación ha habido y cuantas actividades se han realizado. Pongamos un ejemplo de un taller de prevención de drogodependencia para jóvenes que realice un Ayuntamiento. Que haya por ejemplo 25 jóvenes que hayan recibido una formación de 10 horas sobre los peligros que conlleva acercarse a las drogas, poco nos dice de si esos chicos y chicas van a consumir o no el siguiente fin de semana en alguna fiesta. E incluso tampoco nos diría demasiado si midiéramos parte de los resultados a corto plazo, si por ejemplo el fin de semana siguiente al taller, tuviéramos pruebas de que se ha reducido el consumo de drogas entre los jóvenes, no tendríamos manera de saber si ha sido gracias a la intervención realizada con esas personas.
A través de la evaluación del impacto de una acción, no sólo se buscará ver si la problemática a tratar tiende a mejorar o a empeorar, sino también determinar en qué medida esa acción concreta ha sido la responsable de ese cambio; siguiendo con el ejemplo anterior, sería ver si la reducción del consumo de drogas en la localidad, puede ser o no atribuido a la intervención del Ayuntamiento.
En AlmaNatura siempre hacemos lo posible por medir el impacto que provocamos en los proyectos que llevamos a cabo, e incluso mi compañero Juanjo Manzano hace unos meses os contaba por aquí ¿Cómo medir el impacto positivo que generan los proyectos sociales?. Precisamente por eso, sabemos que la evaluación del impacto de cualquier acción es una labor bastante complicada, pero la información que aporta es la más valiosa para determinar realmente si, lo que estamos haciendo, lo estamos haciendo bien o, si por el contrario, estamos desperdiciando tiempo y recursos.
Se trata de una evaluación de los efectos que, una política, programa o proyecto provoca en la realidad que quiere cambiar, realizada siempre bastante tiempo después de haber finalizado la aplicación de los mismos, normalmente un año. Aunque como comentábamos anteriormente, las dificultades que acarrea el evaluar el impacto no son pocas, tampoco tienen por qué ser pocas las soluciones a las mismas:
- Implicación de factores externos: El largo plazo dificulta mucho poder determinar realmente si los cambios acaecidos en una realidad, son resultado de la acción o de otros factores que han ido interviniendo durante el tiempo transcurrido hasta la recogida de datos. Pero realmente midiendo el impacto no sólo de un proyecto, sino también de las réplicas que se hagan en el mismo u otro contexto, podremos al menos delimitar una tendencia que, claramente, podremos achacar en gran medida a las intervenciones realizadas.
- Dificultades técnicas: Cuando el tiempo transcurre, se va convirtiendo en mucho más difícil contactar con los actores implicados en la acción a evaluar, lo que complica bastante la medición del impacto de la misma. Además no sólo implica medir al final, sino también tener en cuenta qué impacto buscamos en la población destinataria mientras estamos planificando, ya que debemos buscar coherencia entre los objetivos del proyecto o programa, y el impacto deseado, por lo que la dificultad comenzará desde el momento en que empezamos a pensar en el proyecto.
- Problemas de costes: Muy pocas veces, sobre todo en programas públicos, nos encontramos con presupuesto destinado específicamente a comprobar la efectividad del mismo. Entendemos perfectamente que, destinar una partida a evaluar después de un tiempo, poca rentabilidad parece que se le va a sacar, pero entonces me pregunto: ¿no serán los futuros proyectos más eficientes si sabemos el grado de efectividad que tienen? Cuando un programa o proyecto pasa sin pena ni gloria, pero se tiende a repetir una y otra vez, el dinero que se va en el mismo se desperdicia. Cuando medimos el impacto, comprobamos que algo está funcionando o no, y podremos entonces ahorrar en el futuro seleccionando mejor esas medidas que realmente tienen efectividad.
- Poca representatividad: Quizá para mí sea uno de los principales problemas, ya que cuando se evalúa el impacto de alguna acción, nunca se van a tener recursos ni tiempo suficiente para comprobar si ha tenido efecto o no en toda la población destinataria. En cambio, a título personal, me parece mucho más rico conocer de primera mano la experiencia real de las personas destinatarias del proyecto, de realizar una evaluación más puramente cualitativa. Pero sólo así podremos de verdad saber hasta qué punto estamos ayudando a mejorar las vidas de las personas.
Aunque la evaluación de impacto es una asignatura pendiente de muchas entidades, tanto públicas como privadas, es la mejor herramienta que tenemos para saber si, lo que hacemos, lo estamos haciendo bien. Y por eso precisamente, cada vez van sumándose más adeptos que quieren cambiar para mejor la realidad en la que viven sus destinatarios o destinatarias.