Poder acceder a productos y servicios sin necesidad de tenerlos en propiedad. Es decir, poder escuchar música sin tener que comprar físicamente un disco, poder viajar en coche sin ser propietario de un vehículo, contar con un lugar de trabajo sin tener oficina propia… Son solo algunos ejemplos de lo que llaman “consumo colaborativo” o “economía del acceso”.
La idea básica de esta tendencia es que el acceso de las personas a los bienes y servicios está por encima de la necesidad de tenerlos en propiedad. O dicho de otra manera: compartir en lugar de poseer. Así lo explican en su libro “What’s Mine Is Yours: The Rise of Collaborative Consumption”, Rachel Botsman y Roo Rogers, pioneros en presentar esta propuesta como una forma de cambio para nuestra sociedad.
Se trata de una iniciativa que no pretende más que volver a la forma tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar. Algo de lo más simple y habitual en otras épocas previas a la actual sociedad del consumo tal y como la estamos viviendo. Lo novedoso llega de la mano de las nuevas tecnologías, que redefinen estos conceptos haciéndolos ahora accesibles a todos y conectando a personas que de otra forma no podrían intercambiar, compartir, prestar…
En definitiva, es un nuevo tipo de consumo más sostenible, que permite el acceso a los recursos a un mayor número de personas y a un coste menor, a la vez que se ajusta a las necesidades de cada usuario.
Está claro que el consumo es necesario, pero también es una evidencia que lo necesario es cambiar algunas cosas en este aspecto. Entonces, ¡tenemos que apuntarnos al cambio!
Por ejemplo, si tienes un coche y viajas siempre solo, o no lo tienes pero lo prefieres al transporte público para tus desplazamientos, puedes optar por compartir. ¿Has odio hablar de blablacar? Ellos conectan a conductores y pasajeros para compartir coche. El conductor no tiene que hacer el viaje solo, la gasolina le sale más barata y los pasajeros ahorran dinero y conocen gente nueva. ¡Son todo ventajas! Eso sí, aquí también entra en juego la confianza. Es otro de los pilares básicos del consumo colaborativo.
Para explicar esta idea, pongo otro ejemplo: Si te gusta el turismo, compartir o intercambiar alojamiento, degustar comida autóctona lejos de los restaurantes o hacer visitas guidas personalizadas, también es posible. En intercambio de casa te proponen conseguir vacaciones diferentes y económicas alojándote en la casa de alguien a cambio de ofrecer la tuya a otras personas. En cuanto a la comida, Looque pone en contacto a comensales y anfitriones, que te ofrecen un menú casero acordando día y hora para el encuentro. Y para conocer una nueva ciudad, nada mejor que un paseo con un guía aficionado y local, que te puede mostrar todos los encanto del lugar de forma personalizada. Puedes encontrarlo en trip4real. Para los aficionados a la lectura, book mooch es una comunidad para el intercambio de libros usados. Muy interesante.
En cuanto a la música, ¿quién no conoce spotify? No hace falta comprar discos físicamente o descargarlos para tener lo que más nos gusta o canciones que en el fondo solo vamos a escuchar un par de veces. Es cierto que para acceder a estas propuestas se necesita internet. Pero si no lo tienes, en wifis.org puedes compartir wifi legalmente. También puedes alquilar ropa en rentaporter para no comprarla si solo la vas a utilizar en una ocasión especial y después no sabes qué hacer con ella. Incluso los huertos se pueden compartir, para darle uso si no lo haces y poder cultivar si no tienes tierras. Puedes verlo en huertoscompartidos. Los espacios de coworking o incluso el crowfunding y los bancos del tiempo, dos temas de los que ya he hablado en este blog, también pueden ser otros ejemplos de consumo colaborativo. Si tienes interés por conocer más aspectos sobre este tema, en la web consumocolaborativo.com aportan mucha más información.