Autocrítica al consumidor rural

Cómo nuestras pautas de consumo y el aprovechamiento que hacemos de los servicios públicos, repercuten a nuestros pueblos y sus habitantes.

A diferencia de otros posts que he escrito para este blog y en consonancia con la temática centrada en el consumo responsable que inició mi compañero Isra Manzano en su entrada sobre el comercio rural, me gustaría reflexionar como habitante de un pueblo que soy, sobre qué papel debemos jugar nosotros y nosotras en el mantenimiento y cuidado, a veces, de esos servicios ya sean públicos o privados.

En el pueblo en el que vivo, Aracena, tenemos la suerte de ser capital no oficial de una comarca y disponer de algunos servicios más que en el resto de localidades cercanas pero, a pesar de ello, seguimos siendo un municipio rural, al que también se nos niega, en muchas ocasiones, servicios básicos como el transporte, sanidad, comercio, infraestructuras y espacios de ocio sin los cuales, lugares como las ciudades no se pueden concebir.

Sin embargo, la iniciativa pública cumple su función de servir al interés general y dejar la rentabilidad económica en un segundo plano para conceder a las zonas menos pobladas servicios de calidad, situación que desafortunadamente cada día es mucho más escasa. Por ejemplo, en mi pueblo, existe una Escuela Oficial de Idiomas de la Junta de Andalucía, servicio que da cobertura a todos los pueblos de la sierra e incluso hasta parte del Andévalo. Desde hacía unos años, se había estado demandado que dicho servicio público incluyera el nivel superior de Inglés (C1), reivindicación que se consiguió el año pasado con una afluencia de alumnos importante y una larga lista de espera. No obstante, la asistencia a dichas clases ha ido cayendo paulatinamente conforme ha ido avanzado el curso, aunque también es cierto que se trata de algo que sucede en todo tipo de educación no obligatoria, desde la Universidad hasta los cursos de formación para el empleo (a no ser claro, que una subvención o beca dependa de ello). El problema está en que esta situación, no tendría más importancia si ocurriera en una ciudad o capital de provincia, pero la responsabilidad del alumnado en una zona rural ante un servicio que se ha ganado con la insistencia de la población, es mucho mayor, ya que su desuso o mal uso puede determinar su cierre definitivo y tener una repercusión más grave sobre el resto de la población, lo que conllevaría una pérdida de esos derechos ganados.

En un ámbito diferente, pero igual de importante, nos encontramos a los emprendedores y emprendedoras rurales, personas que por diversas razones, han decidido arriesgarse, invertir dinero y en ocasiones pensar en sus localidades como un lugar mejor en el que prestar un servicio del que no disponían sus habitantes. Pero ¿quién no ha dicho la frase de “pues en internet está mucho más barato” al entrar a un comercio local? Si bien es cierto que el debate es mucho más amplio aún (no sabemos si realmente cuando compramos algo en una tienda online estamos pagando el precio real o uno ficticio, cuyo coste es asumido por agentes como un trabajador explotado, una materia prima deficiente, un servicio de menor calidad o una huella ecológica que da miedo calcular o simplemente el tiempo que cedemos), estamos poniendo en duda la honradez del vecino o vecina, estamos colaborando al cierre de ese negocio e incluso estamos tirando por tierra nuestro propio derecho a tener ese servicio en nuestro pueblo. Pero para rizar más el rizo, incontables veces ni siquiera damos la oportunidad al comercio local, dirigiéndonos directamente al centro comercial de la ciudad más cercana, consumiendo más gasolina, gastando más dinero del planificado y sobre todo, motivando indirectamente a que nuestro pueblo se convierta en un desierto de oportunidades perdidas.

También, debemos entonar el mea culpa en cuanto a las actividades y espacios de cultura, ocio y educación. Como promotores de actividades y otros recursos formativos en el medio rural desde AlmaNatura, la participación es el mayor hándicap al que nos enfrentamos día a día. Hablando desde la perspectiva de un habitante rural, nos quejamos de la escasa oferta de ocio o formación de la que disponemos, pero a la vez es muy frecuente encontrar salones de actos vacíos, presentaciones de libros y obras de teatros o conferencias de primer nivel con las mismas tres personas de siempre en el público (recordaré siempre esa gran conferencia de Carmen Ruiz Repullo, experta en violencia de género entre adolescentes muy reconocida en todo el ámbito nacional, y en la que estábamos tan sólo cuatro personas, en un pueblo de casi 8000 habitantes). No se nos puede olvidar que, para demandar algo con autoridad y fundamento, hay que ser consecuentes con nuestros actos cotidianos y esforzarnos por mantenerlos.

Por concluir de alguna forma, como todo en esta vida, lo que creemos sólo es parte de una realidad mucho más compleja y nuestros actos individuales son determinantes en cómo evoluciona la sociedad que nos rodea. Siempre es necesario recordar la famosa teoría de “Think Global, Act Local” (piensa globalmente, actúa localmente), relacionada originalmente con el movimiento ecologista, filosofía que nos incita a ser más responsables y autocríticos con nuestra forma de vida y consumo. Pero sin quitar importancia al movimiento global-local, prefiero reflexionar sobre un proverbio chino que me tocó en una galleta de la suerte comprada en una gran superficie, “antes de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu casa”. Quizá debería haber merendado ese día un pastel de Rufino.

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