Hay una creencia silenciosa que todavía pesa en muchos rincones del rural: la cultura pertenece a las ciudades. Allí están los grandes escenarios, los museos, los teatros, los públicos. En cambio, los pueblos (según ese relato) sólo reciben cultura de forma puntual, como quien deja un paquete y se marcha.
Pero en el medio rural, cuando la cultura se vive desde dentro, algo muy profundo se remueve: las relaciones se refuerzan, las conversaciones se amplían, la comunidad se transforma porque se reconoce como parte del proceso. Y cuando esto ocurre, la vida cotidiana se convierte en el verdadero escenario cultural.
De eso sabe mucho Alejandro Aparicio, Mediador Cultural de Fundación AlmaNatura, vecino de Segura de León y persona clave en la puesta en marcha de “Regenera Cultura”, la programación cultural permanente que busca articular el bienestar comunitario en el territorio.
Su mirada nos ayuda a entender que la reactivación rural no sólo depende de oportunidades económicas o servicios; también tiene que ver con algo más hondo: recuperar el derecho a la cultura como lenguaje común, como ejercicio de ciudadanía y como catalizador que devuelve orgullo y sentido de pertenencia.

La cultura como vecina y no como un evento
Cuando le preguntamos qué significa vivir la cultura en un pueblo, Alejandro no duda:
“Es como si fuera una vecina. Está en tu día a día, en tus quehaceres. Es una semilla que crece si la cuidamos y compartimos. Lo contrario sería un ‘proyecto paracaídas’: viene, no sabemos muy bien de dónde, pasa y se va.”
Y de eso se trata: en el rural, la cultura no puede ser un destello, sino un proceso de arraigo. Tiene que anclar, acompañar, volver, adaptarse. Y para eso hace falta continuidad: un plan, una agenda, un lugar donde sucedan las cosas, y una comunidad que se reconozca en ellas.
Desde esa mirada trabajamos (junto a la comunidad) la programación cultural de la Fundación AlmaNatura, que en 2024 movilizó a unas 2.000 personas en un pueblo de 900 habitantes. Es una señal de que cuando el acceso está garantizado y el ritmo es constante, la cultura florece, aunque el territorio sea pequeño.
Escuchar lo que se dice… y también lo que no
Alejandro habla con honestidad de los retos que enfrentamos en este viaje:
“Nunca llueve a gusto de todas, y es difícil que todos los colectivos se sientan representados. La clave está en la escucha activa, también hacia quienes nunca participan. Ahí hay un silencio que merece puente y cuidado.”
Esta idea es fundamental para entender el impacto cultural del rural hoy.
Los pueblos no son homogéneos: conviven generaciones distintas, demandas diversas, ritmos de vida que no siempre coinciden. Por eso la mediación cultural tiene un papel tan relevante: permite traducir sensibilidades, conectar mundos, acercar perspectivas.
Y sobre todo, evita que la agenda cultural se convierta en un catálogo de actividades pensadas para unas pocas personas. La escucha, en este caso, es una herramienta de justicia social.
El reto estructural: profesionalizar la cultura rural
Alejandro lo expresa sin rodeos:
“En los pueblos, la profesionalización de la cultura sigue siendo una asignatura pendiente. Rara vez existe una figura especializada que se dedique a la gestión cultural de manera estable. A veces esa responsabilidad recae en un concejal o concejala con buena voluntad, pero sin formación específica, lo que dificulta que la cultura se trate con el rigor, el cuidado y la visión estratégica que merece.”
Durante años, la vida cultural de los pueblos se sostuvo gracias al asociacionismo. Grupos de teatro, coros, asociaciones de mujeres, colectivos de jóvenes. Hoy ese tejido se debilita por la falta de relevo generacional, tiempo, implicación continuada.
¿Qué implica democratizar la cultura?
A veces creemos que “accesible” significa “gratis”. Alejandro matiza:
“Eso sería lo básico. Democratizar la cultura también implica accesibilidad física, cognitiva y territorial. ¿Cuántos kilómetros hay que recorrer para ver una exposición? ¿Tengo biblioteca en mi pueblo? Si un domingo me levanto con ganas de ir a una exposición ¿Podría llegar con facilidad a esos museos? Todo esto partiendo de la posición privilegiada de tener educación cultural previa y saber dónde y cómo acceder a esos recursos.
La cultura es un derecho y como tal tenemos que trabajar para que sea accesible en el sentido más amplio del término.
En este sentido, el Plan de Derechos Culturales del Ministerio de Cultura llega para convertirse en una herramienta imprescindible: una hoja de ruta que reconoce la cultura como bien común y propone 146 medidas para asegurar el acceso, la participación y la creación cultural en igualdad de condiciones. Una apuesta por políticas culturales renovadoras, orientadas al bienestar, la justicia social y la sostenibilidad del ecosistema cultural.
Pero democratizar la cultura también tiene una dimensión simbólica: sentir que la cultura nace desde aquí, no sólo nos llega desde fuera. Cuando un pueblo toma conciencia de su propio potencial creativo, se transforma la percepción social de lo rural.
Aquí aparece otra oportunidad para la regeneración rural: dotar a los pueblos de profesionales capaces de cuidar, acompañar y dinamizar los procesos culturales, del mismo modo que cualquier municipio cuenta con servicios esenciales.
La cultura, cuando se mira desde este prisma, deja de ser entretenimiento para convertirse en infraestructura comunitaria.
Cuando la comunidad deja de ser público
Si hay una idea que atraviesa la conversación con Alejandro es esta:
“Cuando la ciudadanía pasa de público a protagonista, cambia todo. El público deja de ser público para convertirse en comunidad cultural.”
Esa transición es clave en Regenera Cultura.
Lo que se crea en la Fundación AlmaNatura no es una agenda de actividades: es un ecosistema de participación, donde la gente propone, adapta, opina, decide. Y ese movimiento, casi imperceptible al principio, acaba generando implicación y vínculo.
No es casual que hayan surgido dos clubes de lectura, que el colegio cuente con la Fundación como aliada directa o que diferentes colectivos pidan actividades a medida. Ese tejido invisible es el verdadero indicador de impacto, de retorno al territorio.
Lo rural como nueva modernidad creativa
Le pedimos ejemplos y se ríe: “Hay muchos”, dice.
“Lo rural es, cada vez más, una nueva forma de modernidad. Tradición y contemporaneidad no sólo conviven: se reinterpretan mutuamente y dan lugar a lenguajes frescos y sorprendentes. Lo vemos en propuestas como El Nido, el grupo burgalés que parte del repertorio tradicional de su tierra para transformarlo en un sonido actual y profundamente original. O en Mover montañas, la pieza de danza de Alberto Velasco, donde los ritmos, la estética y los símbolos del mundo rural aparecen revisitados desde lo contemporáneo—como esas míticas medias de garbanzos que cobran nueva vida convertidas en una camiseta de tirantes del intérprete.”
Vivimos un momento cultural en el que la estética rural vuelve a estar presente en la música, la literatura, la danza o el diseño. Pero no como un recuerdo nostálgico, sino como una reinterpretación viva del territorio.
El medio rural aporta algo que las ciudades siempre desean y pocas veces consiguen: tiempo, escucha, relación, autenticidad. Eso, para cualquier creadora o creador, es un tesoro.
Regenera Cultura: un laboratorio con pulso comunitario
Cuando Alejandro describe el programa, su definición es precisa:
“Regenera Cultura es un laboratorio. Ensayo y error. Adaptación constante. No buscamos la metodología perfecta, buscamos aprender a leer a la comunidad.”
Ese enfoque explica por qué funciona:
- no impone
- no replica modelos urbanos
- no busca fórmulas milagrosas
- apuesta por la adaptación continua
- construye sobre la vida real de la gente
Su impacto, más allá de los números, está en los vínculos generados: niñas que descubren nuevas expresiones artísticas, mayores que recuperan espacios de encuentro, personas que antes no participaban y ahora proponen actividades, entidades que se conectan entre sí para cocrear.
El rural necesita precisamente esto: ecosistemas culturales que activen el arraigo y la participación, que devuelvan a la comunidad su capacidad de crear.
¿Cómo soñamos el futuro?
Le preguntamos a Alejandro y su respuesta es clara:
“Me gustaría imaginar contextos culturales rurales agitados, en movimiento, comunidades capaces de autogestionar sus necesidades culturales sin esperar a que ‘venga alguien a traer la cultura al pueblo’.”
La visión es ambiciosa y profundamente regenerativa. Habla de un rural culturalmente autónomo que lo hace más fuerte, más atractivo y más sostenible.
La cultura, en este horizonte, no es un añadido, sino un pilar que sostiene la vida colectiva. Y eso es, en realidad, el corazón del trabajo de Regenera Cultura: que cada pueblo se convierta en un lugar donde la creatividad tenga casa, tiempo y comunidad.
¿Quieres ser arte y parte de Regenera Cultura?
Te invitamos a sumarte a las actividades, talleres, encuentros, exhibiciones y procesos vivos que están transformando la vida cultural de nuestro territorio.



