Consumo, sensibilización medioambiental y mundo rural

Si tan importante para el interés general es proteger el medioambiente, no podemos crear una brecha en cuanto medios técnicos ciudad versus campo.

Todos parecemos ser conscientes, en mayor o menor medida, de que la crisis ambiental que padecemos es un problema que nos implica a cada uno de nosotros. También es cierto que se está produciendo un proceso de creciente sensibilización y concienciación de las personas respecto a las implicaciones que dicha crisis ambiental provoca en nuestro entorno. Entonces…¿por qué el proceso de decadencia y destrucción continúa? ¿Qué grado de protagonismo en esa tendencia está teniendo el mundo rural?

Más esfuerzo para el mundo rural

Las empresas ubicadas en las ciudades, en polígonos industriales en la periferias urbanas, etc., poseen muchos más recursos para la gestión de todos sus residuos que cualquier empresario o habitante del mundo rural. Los agricultores y los ganaderos, por ejemplo, generan cantidades muy pequeñas de diversos tipos de residuos y se ven en las dificultad manifiesta de poder reciclarlos, en contraposición a lo que ocurre en las ciudades. El medio ambiente y el desarrollo en el mundo rural, a veces, padecen esas contrariedades en cuanto a la realidad del reciclaje se refiere.

En el entorno rural, el esfuerzo que se exige de reciclar y tener una mentalidad o forma de vida medioambientalmente positiva es mucho más exigente. Un sobresfuerzo que empieza en la falta de medios e inversión (como puede ser el simple hecho, en muchos casos, de la inexistencia de cubos de basura, por ejemplo) y que termina en la casi lejanía kilométrica de los conocidos como “puntos limpios”.

Si tan importante para el interés general es proteger el medioambiente, no podemos crear una brecha en cuanto medios técnicos ciudad/campo. Esas carencias, sumadas a la falta de protagonismo de la población rural en las campañas de concienciación sobre reciclaje y cultura ecológica, hace que dicho entorno rural se vea ajeno a esas propuestas que nos demandan ser “recicladores”.
En una sociedad como la nuestra, en la que se prioriza el consumo instantáneo y fugaz, convirtiéndose este en un conducto principal de interacción social, no debe extrañarnos de que todo lo que puede perturbar a nuestros hábitos consumistas se perciba como algo negativo. Son muchos los que relacionan el concepto de ahorro energético con el de sacrificio, considerando la acción ambiental como un lujo aplazable y que, en ningún caso, ha de suponer gasto de dinero de nuestros bolsillos ni renuncia a nuestra voracidad consumista. La mayoría de los urbanitas van al campo y desconocen el impacto medioambiental que suponen en la naturaleza y que han de soportar estoicamente las poblaciones rurales que los acogen. Pueblos que en épocas estivales llegan a tener el cuádruple de su población se ven sobrepasados en esas fechas en cuanto a gasto energético e infraestructuras locales, con el consiguiente deterioro del entorno.

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Una educación ambiental para todos y no discrecional

Y es en este panorama tan hostil donde la educación ambiental ha de lograr mostrar que la abrumadora explotación de los recursos naturales conlleva una merma de nuestras condiciones de vida (por ejemplo, y entre otros muchos, mayores niveles de contaminación) e implementar pautas que nos predispongan a actuar de manera responsable y solidaria. Pero pautas no excluyentes y en las que el ámbito urbano y el ámbito rural queden implicados en la sensibilización sobre la problemática medioambiental.

Por mucho que las campañas publicitarias nos adoctrinen sobre la necesidad de un cambio hacia un consumo más responsable y equitativo de los recursos, por mucho que se inviertan ingentes cantidades de dinero en campañas informativas promocionando el ahorro y la eficiencia energética, correremos siempre el riesgo de determinar objetivos o metas poco realistas y de difícil consecución, por lo que se hace necesario el establecimiento de soluciones concretas a problemas concretos.

Debemos comprender que la gente, y más en el medio rural, necesita obtener algún tipo de contraprestación o beneficio (económico, social…) derivado de ese cambio de comportamiento que con tanta vehemencia le estamos demandando. Hemos de lograr que la propia educación ambiental motive a las personas en los núcleos rurales (y no únicamente a las de las urbes) para que el reciclado de basura, el ahorro de agua o el uso de energías menos nocivas, sean actos de participación en los que esas mismas personas se sientan estimuladas e identificadas con la conservación del entorno. La gente realiza el esfuerzo de participar cuando percibe que ese mismo esfuerzo puede servir de algo. Si creamos campañas excluyentes en las que la sensibilización solamente aparezca como atributo de los ciudadanos y no de los pobladores del campo, seguiremos por el mal camino.
Hace falta concienciación, sí, es cierto, pero también inversión en formación, en la creación de alternativas ecológicas sin sobrecostes para emprendedores en el medio rural, en disminuir la carga de reciclar por el mero hecho de vivir en el campo y dedicación seria en formación ecológica.

Desgraciadamente, esta ciudadanía que tantos quieren aleccionar sobre los beneficios que la conciencia ecológica atesora, se encuentra inmersa en una estructura social en la que el derroche energético se ha generalizado e, incluso, institucionalizado. Si los propios poderes públicos no predican con el ejemplo, difícilmente vamos a lograr un espacio más allá de las ciudades en los que la responsabilidad y compromiso con el problema ambiental sea un asunto de todos y podamos ver más allá del perímetro urbano que nos rodea.

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